Cuatro mujeres que buscan su lugar en el mundo laboral como telefonistas, cada una motivada por una razón distinta y todas ellas con obstáculos que tendrán que superar para poder trabajar en un Madrid de los años 20 que no veía con buenos ojos a las mujeres que tenían un oficio. Las chicas del cable han llegado a la capital para hacerse valer, y no piensan marcharse.
Seguro que a todos les suena el título de esta serie. En las últimas semanas ha estado en boca de todos, y no por ser la primera producción española con Netflix, sino más bien por la polvareda que ha levantado el paso de sus protagonistas por El Hormiguero (las mujeres se dividen entre las que saben perrear y las que no, claro que sí, Pablete) o las polémicas declaraciones de Yon González, uno de los actores del reparto, sobre el feminismo (huelga decir que no son buenas).
Y es que Las chicas del cable ha querido presentarse como una serie con sello feminista. Está protagonizada por cuatro mujeres (y punto, porque Martiño Rivas y Yon González NO son protagonistas pese a que se los describa como tales) y centrada en sus vidas y su lucha por seguir trabajando como telefonistas. Un fantástico comienzo para ser una serie que pretende ser una abanderada del movimiento violeta. Sin embargo, poner a cuatro mujeres al frente de una producción tan importante no es lo único necesario para autodenominarse "feminista". De ahí mi pregunta: ¿es Las chicas del cable una serie feminista o sólo ha querido subirse al carro?
Respondo según mi opinión y con medias tintas: un poco de ambos aspectos. Dependerá en gran parte según el espectador, como suele ocurrir siempre, y su visión del concepto de feminismo. Gustándome como me gustan las listas, haré una clasificando la serie en función de la que yo creo que será la opinión de cada perfil de público.
1. Feministas: me incluyo en este grupo sin lugar a dudas. Aquí viene el análisis más difícil, pues yo me he encontrado en una encrucijada. He visto la serie con mucha ilusión por cómo la habían vendido y para dar un empujón a la visibilidad del feminismo en grandes producciones como ésta; he tratado por todos los medios verla a través de un cristal de positivismo y esperanza. Mala noticia: Las chicas del cable NO es feminista (y las compañeras de Píkara están de acuerdo conmigo). Sí es un soplo de aire fresco, y es cierto que el protagonismo, para variar, recae en los hombros de cuatro mujeres. La serie trata sobre sus vidas y sus conflictos, no se corta ni un pelo en mostrar de manera cruda y sin tapujos cómo era la vida tan castrada de las mujeres españolas de los años 20. Me ha gustado muchísimo ese intento por dar visibilidad a nuestro género, y el concepto en sí me atrae (atraía) bastante.
Pero Las chicas del cable no deja de ser una telenovela y a cualquier feminista que se precie le parecerá irrisoria su asociación con el término. Se trata de un Velvet 2.0, o como sea el culebrón español de moda. Y ahí tenemos a la que lleva la voz cantante, Lidia (el personaje de Blanca Suárez), cuya historia es un triángulo amoroso complicado. Y caemos de nuevo en las mismas; siempre que el protagonismo lo tiene una mujer hay que añadir una historia amorosa para poder darle fuerza al argumento, como si por sí misma no se bastase. [SPOILER: debo decir, sin embargo, que el final logra maquillar un poco este detalle, pues al final Lidia antepone a sus amigas a su romance, una ejemplar demostración de sororidad].
No, no y no. Si quieres vender una serie como feminista, hazlo bien. Cuatro mujeres y sus ovarios, nada más. Con una serie que demuestra que los años 20 no están tan alejados de los actuales pese a que haya pasado casi un siglo. Con unas actrices que al menos se dignen a saber en qué consiste el movimiento feminista (no abráis el enlace si no queréis llorar). Con un actor que no equipare el machismo con el feminismo. Con una productora que en pocas semanas no empiece a sentir miedo de que el título se relacione con la palabra "feminista".
Es triste, porque a veces se atisba una pizca de rebeldía y transgresión: personajes lésbicos, charlas en el Liceo, mención a las sufragistas, apariciones fugaces de Victoria Kent, cuatro mujeres apostando por sí mismas y su amistad... Todo fachada. La serie no pretende hacerse un hueco siendo diferente, sino que ha querido apostar por lo mismo que tenemos todos los días en la sobremesa de nuestro país. Pero no quiero pecar de exigente y elitista, y sí creo que esta serie puede ayudar a las personas que aún no han entrado en contacto con el feminismo a descubrir este maravilloso movimiento, a despertar alguna conciencia, aunque sólo sea a través de un cristal que, más que violeta, diremos que es un lila desteñido.
2. Machistas: ¿para cuándo una serie que refleje los problemas de los hombres? Mimimimimimi.
3. Seriéfilos: no creo que encuentren mucho atractivo en una serie que repite fórmula (insisto, Velvet 2.0) y que no arriesga. Las chicas del cable es un culebrón porque su principal motor son las relaciones personales de las protagonistas. No se adentra en temas más profundos como (ejem) el feminismo y la lucha de las mujeres por empoderarse en una época en la que necesitaban el permiso de su marido para sacar dinero del banco, la Guerra Civil a punto de estallar, la convulsa y preciosa historia moderna española, los avances de la época (como el Rotary, que sólo sirve de excusa en la serie), los personajes que aún recuerdan nuestros libros de texto...
Además, pese a que a mí personalmente sí me gusta, la música dance/funky/como sea no cuadra muy bien con los años 20 madrileños. El diseño de vestuario y el decorado sí es impresionante, y se nota la mano de Netflix. O quizás debería decir bolsillo. En cuanto al reparto, a mi ver está muy descompensado: Ana Polvorosa (sí, la Lore) sorprende muy positivamente, Maggie Civantos gusta, Blanca Suárez sólo tiene dos expresiones y ambas requieren entreabrir párpados y labios, Yon convence a ratos, Martiño aburre... Puede que no sea culpa suya, puede que sea por los diálogos falsos y forzados, en especial los que ocupan más tiempo en pantalla: los de la inverosímil y aburrida historia entre Lidia, Francisco y Carlos. El personaje de Carlota es bastante interesante pero han decidido sacarle punta a la clásica fábrica de dinero denominada "trío amoroso".
El guión ciertamente engancha, pues no deja de ser una telenovela y todos caemos con este género. Además, es corta, ágil, sin capítulos de relleno, entrañable y se deja gustar con facilidad. Pero le falta una vuelta de tuerca. Creo que el problema está en lo que he dicho antes; podría estar perfectamente ambientada en un pueblo de Singapur, porque la esencia de Madrid y la historia de España son como unas gotas de agua en un puchero: prescindibles.
En resumen, yo diría que la serie debería aprovechar más su ambientación (tanto tiempo como lugar) y a su reparto, dejar de tenerle miedo al feminismo real y abandonar el camino que ya recorren todas las series españolas de tarde. Sé que los de Netflix buscaban eso porque es un género atractivo para los hispanoparlantes, pero creo que un poco de ambición no estaría nada mal. Con todo esto, es una serie que se disfruta y es breve, yo no he sentido que fuera una pérdida de tiempo, si bien un poco decepcionante. Está claro que el primer escaparate de España en Netflix no va a ser un House of Cards, pero si uno pone los pies sobre la tierra y modera sus expectativas hacia esta serie, puede encariñarse con esta cuadrilla de luchadoras. Sororidad, hermanas.